Quienes escriben ficción tienen una antena puesta en lo que sucede en la sociedad donde están, pero eso no significa que cualquier alusión a ese contexto sea documental. Parece una obviedad decirlo, pero frente a la carta que un grupo de iglesias evangélicas publicó apuntando directo a la escritora y guionista de la serie El Reino -aunque es co-autora junto al director Marcelo Piñeyro- hay que refrescar las diferencias. Hasta se metieron con sus intenciones al escribirla tratándola de resentida y aludiendo a su militancia feminista. Un intento de disciplinamiento que se topó con el respaldo generalizado a la autora.
Desde su lanzamiento hace pocos días en Netflix, la serie argentina El Reino se transformó en una de las más vista de esa plataforma de streaming. Creada por la multipremiada escritora Claudia Piñeiro (su última novela Catedrales acaba de recibir el premio Dashiell Hammet en la Semana Negra de Gijón, en España) junto al también director de la serie, Marcelo Piñeyro, la historia se focaliza en la familia del pastor evangélico Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti) y su salto a la primera plana política.
A lo largo de ocho capítulos, la trama instala conflictos donde el poder, la posverdad y la derechización de la fe abandonan sus buenas maneras y saltan a la yugular de cualquier compromiso genuino que intente hacerles frente. El feminismo es parte de esta revuelta, de esa contracultura que, en términos reales, echó por tierra las esperanzas de la derecha evangélica local para que, por ejemplo, el aborto no sea ley.
Los derechos de las mujeres y sus luchas también forman parte de El Reino creando un vínculo donde ficción y realidad se polinizan. De hecho, la esposa del pastor, personificada por Mercedes Morán, tiene su red de influencias en los hospitales para evitar que las pacientes conozcan sus derechos. Ella misma le enrostra a su marido que sus aspiraciones presidenciales son innecesarias “ya que para votar las leyes que nosotros queremos ya están nuestros senadores y diputados”.
La reacción conservadora no se hizo esperar. La Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de la República Argentina publicó la semana pasada un comunicado donde cuestiona a la serie en general y a Claudia en particular a raíz de su “militancia feminista durante el debate de la ley del aborto”. Si bien el repudio a esta carta fue masivo –empezando por el director de El Reino y el elenco completo hasta el colectivo Actrices Argentinas y escritoras como Rosa Montero o Florencia Etcheves– el gesto debe ser denunciado porque es, lisa y llanamente, un apriete.
Por un lado, deja en claro el desdén por el prestigio público de Claudia, basado en su formación intelectual. Se sabe que ella es reconocida autora de una docena de novelas devenidas en best sellers, además de obras teatrales, cuentos y guiones. Pero no es esto exactamente lo que pareciera molestar a ciertos sectores sino su militancia feminista; es decir, que asuma una voz disidente que su prestigio le permite amplificar. En síntesis, en el texto que ACEIRA bajó de sus redes –un pequeño triunfo, aunque se puede leer íntegro en algunos portales de noticias–subyace una advertencia disciplinadora para una y para todas.
“Se ponen a interpretar por qué escribí lo que escribí”
“Otra aspecto complejo del comunicado es que ellos pretenden meterse en mi cabeza y determinar por qué yo hice esa ficción. O sea, vos podés juzgar El Reino, decir que no te gusta e incluso, que te sentís ofendido. Pero ellos van más allá y se ponen a interpretar por qué escribí lo que escribí. ¿Y qué dicen? Que yo quedé resentida por la ley del aborto. Es raro porque, hubiera salido o no, yo no tengo razones para el resentimiento. Además, a esa ley la conseguimos muchas, entre todas, no una. Y finalmente ¿cómo voy a quedar resentida por un logro colectivo?”, pregunta Piñeiro al otro lado de la pantalla, durante una entrevista vía zoom.
Es que justamente, pareciera que buscaron aislarte y señalarte no porque carezcas de poder sino por tu condición de referente.
–Sí, pero de todos modos es aterrador que se crean capaces de hacer eso. Porque es una organización de iglesias evangelistas que si bien no tiene tantos fieles, tiene un poder económico extraordinario relacionado con distintos políticos de todo el arco político. En cuanto al hecho de que el comunicado se refiere en gran parte a mí, Luciana Peker desarrolla una teoría que indica que el ataque contra determinadas mujeres que tienen influencia es la forma en la que buscan desactivar a una para desactivar a muchas. Esto sucede en general a través de las redes. Y yo participo mucho del debate público por Twitter, por ejemplo. Por otro lado, está la paradoja de que ya no sé si ciertos actores dentro del evangelismo buscan cuestionar la serie o buscan rédito propio. Cynthia Hotton, candidata a diputada por la provincia de Buenos Aires por el partido Valores, que se reivindica como la única evangélica que participó de una elección presidencial, dice que escribí esta serie para atacarla. Realmente, admiro su autoestima y su capacidad de ver el futuro. Cuando con Marcelo empezamos a escribir El Reino, Bolsonaro estaba lejos de ser presidente de Brasil y, por supuesto, de elegir a una evangelista al frente del Ministerio de Derechos Humanos y Mujeres. Además, en ese momento, nosotros no estábamos pensando en temas sino en personajes.
¿En qué sentido?
–Inicialmente nos habían propuesto hacer la segunda parte de Las viudas de los jueves, un libro mío que Marcelo transformó en película. Y a ninguno de los dos nos interesó. Pero nos gustó volver a encontrarnos y a partir de ahí se nos ocurrió la idea de desarrollar una ficción que tuviera que ver con una familia de evangelistas que manejan su iglesia como si fuera una empresa. Para eso, lo primero fue delinear bien cada personaje y ver cómo enfrentaban determinadas encrucijadas. De ese modo construimos ficción y lo hicimos a partir de las series que nos gustan, como House of Cards, The Good Fight o The Good Wife. Pero también, de lo que leemos y de lo que vemos en la esquina de casa. Creo que los que estamos escribiendo ficciones tenemos las antenas paradas y a veces detectamos procesos sociales con rapidez pero les damos un tratamiento que nada tiene que ver con lo documental. En estos días, una concejala neuquina de origen evangélico dijo que El Reino es “una mentira y una fábula”. Y sí, tiene razón. Estamos orgullosos de haber escrito una mentira y una fábula porque, esencialmente, la ficción es eso antes que deudora de la realidad.
Avances y resabios patriarcales
¿De qué modo El Reino se vincula con el feminismo?
–Creo que en la serie hay una reflexión sobre los avances que hemos tenido y que no hemos tenido. Aunque movimientos como Ni Una Menos lograron muchísimo en términos de visibilización y avances de leyes, a las mujeres les siguen pegando, las siguen asesinando. Esto determina que muchas no quieran hacer las denuncias, porque saben que ciertos resortes a nivel jurídico y de protección estatal todavía no funcionan. Es decir, hay una zona de transición en la cual las mujeres tomamos conciencia de lo que tenemos que hacer y sobre todo, de lo que no tenemos que permitir. Pero aún no logramos revertir el hecho de que las mujeres sean ciudadanas de segunda. En el caso de la serie, aparece la reacción hostil frente a la posibilidad de sancionar una ley a favor del aborto o la defensa cerrada de la familia, pero también hay muchas otras referencias sutiles. Por ejemplo, una mujer pobre denuncia la desaparición de su hijo en el hogar de niños de la iglesia y nadie quiere escucharla. De hecho, su testimonio evidencia una situación de abuso infantil que la justicia decide tapar. Es decir, esta ficción también evidencia que en la vida real el sistema tiene resabios patriarcales que será difícil modificar.
Esos resabios son señalados por dos personajes muy distintos entre sí. Me refiero a Mercedes Morán como la pastora Elena Vázquez Pena pero también a Roberta Candia, la fiscal del caso, que personifica Nancy Dupláa.
–Las dos son producto de esta época pero cada una desarrolla estrategias distintas. Roberta tiene el poder patriarcal en contra mientras que Elena busca sacar partido de la lógica piramidal de la que es parte. Es decir, Roberta pelea de manera frontal pero el poder judicial parece dejarle en claro que, por ahora, no puede enfrentar sola un aparato complejo de silencio y corrupción. Elena no pelea porque el poder lo tiene ella. Sabe quién va a dirigir la empresa evangélica cuando el pastor sea presidente: otro hombre. Pero no un hombre externo sino un miembro de la familia a quien ella pueda manejar. Elena defiende los valores patriarcales de su iglesia y por eso relega a las hijas a tareas de la casa o a cantar en el templo o a manejar la contabilidad pero hasta ahí. Sabe que el liderazgo es para el hijo varón. Pero también sabe lo que ella puede hacer desde las sombras.
Se va la segunda
Hay otras mujeres fuertes en roles secundarios como Vera Spinetta, otra de las hijas de esta familia evangélica, o Sofía Gala, prometida del próximo pastor, con gran potencial. ¿Habrá segunda temporada?
– Sí. Aunque aún no se concretó, la voluntad estaba desde antes de que pasara todo esto porque escribimos y pensamos muchas tramas, además de las que se ven. Por ahora, la serie tiene ocho capítulos. Pero sus personajes, aún los secundarios, todavía tienen mucho para contar.