El clásico que rompió las barreras que separaban a la animación como expresión artística del resto del cine.
El viaje de Chihiro celebra este martes 20 de julio el vigésimo aniversario de su estreno original en cines de Japón. No es un aniversario cualquiera: la película dirigida por Hayao Miyazaki cambió de forma sustancial a la industria del anime nipón y de la animación mundial.
¿Por qué? ¿Qué tiene El viaje de Chihiro que no tuvieran otros filmes igualmente importantes? Aquí confluyen varios factores, pero podría resumirlo en tres: éxito de crítica y público en todo el mundo, el traslado de un mensaje universal profundo y de perfecta exposición, y una belleza artística y simbólica incuestionable.
Cuando el éxito va más allá de las cifras
El viaje de Chihiro arrasó literalmente en la taquilla japonesa, convirtiéndose en 2001 en la película que más dinero había recaudado en Japón; no solo de animación, no solo del cine hecho en su país, sino de todos los tiempos. Un hito que no le era ajeno al director Hayao Miyazaki, pues cuatro años antes había logrado la misma hazaña con La princesa Mononoke (1997).
Pero este no era un éxito comercial de usar y tirar. El filme encandiló tanto al público como a la crítica especializada, y eso se materializó en numerosos premios internacionales que culminaron en el prestigioso Oso de Oro de la Berlinale y el mediático Óscar a la Mejor película de animación. Todo indicaba que El viaje de Chihiro tenía algo especial.
Sin embargo, en su momento, parecía que el público occidental aún no estaba preparado para apreciar la animación japonesa, muy lastrada por la idea general de que era un arte menor: una mezcla de animación barata, violencia gratuita y burdas connotaciones sexuales. La película de Miyazaki era todo lo contrario a esos prejuicios que derivaban, especialmente, de los mayores éxitos televisivos del anime durante años.
El viaje de Chihiro venía a cambiarlo todo y, en retrospectiva, se puede decir que lo consiguió en gran medida. Hayao Miyazaki llevaba años apostando por una animación rica en todos los aspectos: tanto en una animación cuidada como en mensajes profundos, normalmente bienintencionados pero no carentes de profundidad, lejos del maniqueísmo de muchos productos animados. Además, había tenido la habilidad de construir varios niveles de lectura, lo que permitía atraer a niños y adultos. Y no por el chiste fácil, sino por tratar de forma sutil, muchas veces a través de la metáfora, cuestiones siempre presentes en el discurso del autor tokiota: la conservación de la naturaleza frente a la ambición expansionista de la humanidad, el valor del trabajo y la constancia para conseguir un objetivo, la amistad como principio de todo, la absurdez de la violencia y la guerra para resolver conflictos, o la unión del pueblo frente a los abusos del poder, entre otras.
Un mensaje universal
El octavo largometraje de Hayao Miyazaki llegó al corazón y al alma de los espectadores de dos formas muy claras: una es la formal, la visual; otra es la universalidad de sus mensajes. Todos somos Chihiro. Y eso no es un eslogan, es cierto. El núcleo argumental de la película se sostiene en una idea de la que se ramifican todas las demás: la maduración personal de Chihiro; es decir, la transición que todas las personas hacemos hacia la edad adulta. Aunque, en una lectura más amplia, se podría decir que es la transición hacia el cambio, cualquier cambio interior de una persona ante las circunstancias que le rodean.
Chihiro es una niña de diez años como cualquier otra de clase media en el Japón de principios del nuevo milenio: consentida, caprichosa, egoísta, sobreprotegida. Sus padres son quienes la han educado así, y es como Miyazaki quiere que lo veamos, tal y como hace este retrato en los primeros minutos de la historia. Pero el día en que se mudan a un nuevo hogar, se pierden durante el trayecto en coche y terminan en un parque temático aparentemente deshabitado, un pueblo fantasma presidido por una imponente casa de baños (algo muy arraigado culturalmente en Japón, quizá extraño a ojos occidentales). Sus padres son convertidos en cerdos y la niña se da cuenta de que tiene que valerse por sí misma por primera vez en su vida.
Tras la confusión inicial, ella logra encontrar su propia voz y saca de su interior todo lo bueno que la sociedad actual había adormecido. Aunque en las formas veamos un mundo fantástico habitado por brujas, dioses y seres extraños, lo que realmente vemos si miramos más allá es cómo Chihiro se enfrenta a un mundo despiadado, corrupto y manipulador. Un retrato crítico de nuestro propio mundo, uno muy agudo y afilado. Pero tampoco deja de lado cómo se puede combatir: a través del esfuerzo y del buen hacer, del buen corazón y la amistad, de la ayuda a los demás y del coraje de sobreponerse a las dificultades. Sí, todo eso lo cuenta El viaje de Chihiro. No es poco, ¿verdad?
Con base en buenas y malas experiencias, Chihiro aprende a sobrevivir en un mundo hostil, y esa será su salvación. Puede que ella lo haga en un mundo fantástico e imaginario, pero queda claro que ese mundo, muchas veces horrible, es un reflejo del nuestro. Solo podemos sobrevivir a éste aprendiendo, no aportando más maldad ni siguiendo la corriente a las masas sin juicio, sino dando lo mejor de nosotros, aportando algo bueno que nos será devuelto de muchas y gratificantes maneras. Ese es el verdadero trasfondo de El viaje de Chihiro, esa es la verdadera razón por la que esta película rompió con todos los estereotipos.
La belleza del todo
El filme producido en Studio Ghibli acompaña su importante mensaje con una perfecta narración y una excelsa animación tradicional, cuidada hasta el extremo, donde todo fluye y todo parece tener vida propia, esté en un primer plano o en el fondo de una escena. Visualmente, El viaje de Chihiro no pasa desapercibida. En 2001 impactaba, pero veinte años después sigue llamando la atención como el primer día por su maestría técnica y estética, cosa que no todas las películas pueden decir. ¿Recuerdan la primera Toy Story, de Pixar, en 1995? No tiene ni punto de comparación su por entonces novedosa animación 3D CGI con la actual, por poner un ejemplo claro.
Hay tantas imágenes para el recuerdo que se podría empapelar un museo entero con sus ilustraciones. En movimiento, y con la imprescindible música de Joe Hisaishi inundando cada secuencia, te sumerge de lleno en su mundo, a veces tan disparatado como humano, ya sea una casa de baños repleta de habitáculos de todo tipo con dioses de las formas más estrafalarias posibles o un tren que viaja sobre el mar hacia un destino incierto solo de ida. Todo adquiere una belleza y un significado que pocas obras audiovisuales consiguen. La simbiosis que se logra entre lo que se ve en la pantalla y el espectador es difícilmente comparable. Ese es uno de sus logros más meritorios. El perfecto equilibrio de todas sus partes es, en realidad, lo que convierte a esta película en algo único y diferencial.
El viaje de Chihiro marcó un antes y un después no solo en la historia de la animación japonesa, sino que rompió la barrera que separaba a la animación del resto del cine. El filme de Miyazaki es considerado en casi todos los círculos como una de las mejores películas de la historia del cine. Y eso es impresionante si lo comparamos con la enorme cantidad de cine animado que se estrena y pasa sin pena ni gloria por delante de nuestros ojos.
Han pasado dos décadas y el filme permanece vigente en todos sus aspectos, lo que demuestra la grandeza de su significado y la amplia visión de conjunto de su director. Su denuncia de un sistema dictatorial como el que rige con mano de hierro la bruja Yubaba en la casa de baños, la avaricia representada por el personaje del Sin Cara y cómo el dinero corrompe los valores esenciales de la sociedad, o la valentía de ir a contracorriente pese a lo que hagan y digan todos los demás, son solo algunas de las múltiples lecturas que se extraen de esta historia única, y que cada visionado no hace más que dejarnos descubrir más y más detalles y significados de la mítica cinta.
Eso sí, la película ofrece alternativas esperanzadoras a todos estos males, pero… ¿hay esperanza en el mundo real? El viaje de Chihiro hace que nos lo planteemos. Su historia retumba en nuestro pensamiento mucho tiempo después de verla. Y es que todos en algún momento hemos tenido que ser Chihiro, esa niña que saca lo mejor de sí misma para vencer el miedo y salir adelante frente a las dificultades.
El viaje de Chihiro está disponible en Netflix.
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