Las razas humanas tienen más de construcción social que de concepto científico con fundamentos biológicos.
La noción de raza sigue gozando de buena salud en términos populares. Hablamos de razas de perros y gatos, de caballos de pura raza y de hombres y mujeres de raza negra o blanca.
La antropología clásica, heredera de las concepciones antiguas por las que se clasificó en categorías a los humanos de todo el mundo, sostuvo la existencia de cinco razas, distribuidas por regiones: africana, asiática, europea, nativa americana y oceánica. La clasificación tomaba, como punto de partida, los rasgos observables de los individuos (fenotipo), como son el color de la piel y la estatura.
El problema es que, aunque cuente con tradición histórica y lo recoja el uso común, el concepto de raza, al menos aplicado a los humanos, no resiste a un análisis científico exhaustivo.
¿Cinco razas humanas?
Desde el siglo XVI, se denominó raza al subgrupo, dentro de una misma especie, que presenta ciertos rasgos observables trasmitidos de padres a hijos. Asociada a la nacionalidad y la etnia, la idea tomó mucha fuerza en el siglo XIX, cuando a la caracterización física de las razas se le sumaron atributos como la inteligencia y el carácter.
Científicos como el médico estadounidense Samuel Morton, pasaron a la historia por asentar la idea de la jerarquía racial: unas razas eran superiores a otras, más inteligentes y buenas. Morton, considerado padre del “racismo científico”, consideraba que los humanos de raza blanca (caucásicos), estaban en la cúspide de esa jerarquía, mientras que la raza negra era la peor dotada.
Esta clase de teorías pseudocientíficas mezclaban la posición social que ocupaban -por motivos culturales- algunos pueblos humanos, con las mediciones del volumen interior de cráneos de distintas procedencias (craneometría). Un despropósito que, a pesar de no contar con la mínima seriedad científica, sirvió para justificar la esclavitud y la segregación.
Con la llegada del siglo XX y el avance de la genética, pudimos empezar a saber más sobre cómo se producen y heredan las diferencias. Y cada vez parece más claro que el concepto de raza es más una construcción social y arbitraria que un concepto científico válido.
Si en efecto existieran cinco razas humanas, biológicamente hablando, los individuos originarios de cada región tendrían que tener una identidad genética relativamente uniforme. Esas supuestas razas formarían categorías separadas, y deberíamos poder constatar una suficiente variación genética entre tales razas que lo confirme.
Además, tendrían que existir suficientes alelos (las distintas variantes con las que se expresa un gen) propios de cada región, exclusivos, que no se dieran en otras regiones.
Pero no es así. La realidad es que estamos muy mezclados.
Variabilidad genética
Fuente: Wikimedia Commons
Un estudio de 2002, publicado en Science, reveló que solamente el 7,4 % de más de 4000 alelos analizados eran específicos de una región geográfica. Y, por si fuera poco, solo estaban presenten en el 1 % de las personas de dicha región.
Como indican las investigaciones de los últimos años, cada uno de nosotros puede presentar más variación genética frente a personas del mismo origen que respecto de personas con rasgos externos muy diferentes. Por ejemplo, dos personas de ascendencia europea pueden ser genéticamente más similares a una persona asiática que entre sí. Algo que, desde luego, desdibuja por completo el concepto de raza asociado a los genes.
La evidencia científica actual nos dice que las diferencias visibles entre personas de regiones distintas son más bien accidentes de la historia, que no justifican la clasificación biológica en razas. Diferencias que, por muy llamativas que sean, reflejan la adaptación al entorno, y son una expresión de cómo nuestros antepasados lidiaban con la exposición al sol, al ambiente y la geografía. Pero no mucho más.
Nuestro caso, Homo sapiens sapiens, es muy diferente al de los perros de “raza pura”, mucho más similares genéticamente entre sí que respecto de perros de otras razas. Los humanos, de hecho, contamos con un repertorio genético más común entre individuos, sin importar nuestro origen, que cualquier otro primate.
Y si insistimos en buscar diferencias genéticas entre humanos, las más grandes no están en nuestro color de piel: hay más diferencias genéticas entre humanos de África (como los khoisan y los pigmeos, que estuvieron separados decenas de miles de años) que en el resto de continentes juntos.
Alternativa al concepto de raza humana: ascendencia genética
Los seres humanos presentamos rasgos externos distintos que, con paso del tiempo, fuimos acumulando por evolución. Resultaría absurdo negar las diferencias en nuestro color de la piel, estatura, color del cabello y los ojos, etc., pues son obvias y correlacionan en buena medida con la latitud.
La pregunta es: ¿tiene alguna utilidad hacer clasificaciones en ese sentido? Parece que sí, aunque, más que reparar en los rasgos visibles, habrá que atender a la genética de los individuos.
En la actualidad, el concepto científico que empieza a reemplazar a la imprecisa noción de raza humana es “ascendencia genética”, algo así como un árbol genealógico de las poblaciones humanas, cuya raíz está en África.
Uno de los campos de estudio que se benefician de las pistas del genotipo es el de la biomedicina, donde manejar cierta definición técnica de las poblaciones es útil para investigar y prevenir enfermedades que tienen mayor presencia en según qué perfiles genéticos.
Fuente: Muy Interesante