Todo cambió: las drogas que se consumen, la manera de conseguirlas y hasta la manera de producirlas y transportarlas.
Todos y todas nos evadimos. Perder el control, hacer dormir un rato a la razón, tiene un sentido en todas las sociedades, ya lo dijo Freud. Sabemos que la música puede parecer un absurdo desde el punto de vista evolutivo y de supervivencia, dice Oliver Sacks, no tiene utilidad real, pero sin ella el universo emocional se vuelve opaco.
Preguntarse sobre el destino de los consumidores casuales de drogas recreativas a más de un año del fin de las raves, los conciertos y los festivales, en un tiempo de incertidumbre, pérdidas, desconcierto
y dolor no es poca cosa, no es baladí, no es apología del consumo, es mera curiosidad. Cómo hemos lidiado este tiempo de bajón y aislamiento sin lo poco que en la vida “normal” nos da alegría o nos divierte luego de las infinitas horas de trabajo o estudio, de las responsabilidades infinitas, de los sueldos escasos.
En 2020 las cancelaciones de fiestas, festivales y conciertos alrededor del mundo causaron pérdidas por unos 30 mil millones de dólares, dos veces el PBI de Haití, pero sabemos que las comparaciones son odiosas. Esto no sólo implicó miles de empleos perdidos y la ausencia de un espacio importante en la vida social para millones, también un golpe al consumo de drogas recreativas como el LSD, el MDMA y las anfetaminas.
Hace unos meses la ONU publicó un informe que cuenta lo que había ocurrido con las drogas a nivel global a causa de la pandemia: desde cómo ésta había afectado la producción y el tráfico hasta el modo en que modificó los hábitos de compra y consumo. Algunos de los cambios que ocurrieron, dice, sobrevivirán.
Nos hemos vuelto dependientes de Internet para trabajar, estudiar y comprar a tal punto que la pandemia aceleró los cambios tecnológicos y el e-commerce. Las drogas no podían quedar fuera. También nos acostumbramos a recibir visitas frecuentes de Fedex o del delivery de comida. Uno se pregunta sobre el porvenir de los dealers clásicos que hasta ahora podían caerle a un consumidor en el baño del bar si lo veían traer su propia coca. Ahora los dealers están más cerca del modus operandi de las nenis de México, amas de casa que ofertan sus productos en redes sociales y envían las entregas a domicilio. Las drogas viajan en paquetería, camufladas en deliverys de comida e incluso entre medicamentos contra el COVID-19 y en ambulancias falsas.
Los indistinguibles lunes que son viernes, que son martes, que son domingo, dejaron de regirse por las normas de siempre y se convirtieron en momentos perfectos para una copa. El espacio doméstico es gimnasio, oficina y también disco. Quien no haya bailado furiosamente una noche de pandemia en su propia casa que lance la primera piedra.
Según el informe de la ONU apenas entre abril y mayo de 2020 (en Estados Unidos, donde se tienen datos) la frecuencia del consumo de cocaína disminuyó 79%, en el caso del MDMA 71% y en el de LSD alrededor del 68%. En Latinoamérica la tendencia también ha sido cambiar las drogas de la felicidad por las de la indolencia, como las benzodiazepinas y otros sedativos farmacéuticos que llegaron a consumirse hasta 64% más que antes, y el cannabis.