Ghibli, uno de los estudios de animación más importantes, cumple 35 años y hacemos un repaso a lo largo de su historia.
Estamos demasiado acostumbrados a la animación occidental, y todavía mucho más a las representaciones hegemónicas de Disney y compañías afines. Por suerte, el mundo de los “dibujitos” no vive dentro de una burbuja y, hace 35 años, los directores Hayao Miyazaki e Isao Takahata y el productor Toshio Suzuki le daban forma a una concepto mucho más que a un estudio, al fundar Studio Ghibli el 15 de junio de 1985.
Para ese entonces, tanto Miyazaki como Takahata ya eran realizadores consumados en el cine y la televisión japonesa, e incluso trabajaron juntos en obras como “The Great Adventure of Horus, Prince of the Sun” (Taiyô no ôji: Horusu no daibôken, 1968) y “Panda! Go, Panda! (Panda kopanda, 1972), proyectos que llamaron la atención de Suzuki, por aquel entonces editor de publicaciones Tokuma Shoten. En este intercambio entre manga y animé se empezó a gestar Studio Ghibli, particularmente tras el éxito de “Nausicaä del Valle del Viento” (Kaze no tani no Naushika, 1984), largometraje de Miyazaki para Topcraft, aunque muchos la consideran “la primera película de la compañía”.
“Nausicaä”, basada en un manga escrito por el propio Hayao y producida por Toshio, terminó de darle forma a esta idea de crear un ámbito ideal para el desarrollo de obras animadas con una filosofía muy concreta: Ghibli (palabra que deriva del sustantivo italiano ghibli, nombre que toma el cálido viento del desierto libio) nació con la intención de “soplar un nuevo aire a través de la industria del animé”, con historias arraigadas en la fantasía y las costumbres y tradiciones japonesas, además de un espíritu (y lectura) ambientalista y antibélico que no pretende ser para nada sutil.
Con Takahata como tercera cabeza del estudio, Ghibli se concentró en producir, casi exclusivamente, las películas de Miyazaki (y en menor medida las de Isao) que, poco a poco, lograron trascender la frontera local y extenderse por el mundo. “El Castillo en el Cielo” (Tenkû no shiro Rapyuta, 1986) es la primera obra ‘firmada’ de la compañía, pero “Mi Vecino Totoro” (Tonari no Totoro, 1988) -hoy emblema del estudio-, “El Delivery de Kiki” (Majo no takkyûbin, 19889) y “Porco Rosso” (Kurenai no buta, 1992) se convirtieron en las primeras que alcanzaron repercusión internacional entre aquellas almas curiosas que no se conformaban con las princesas de Disney o los oscuros relatos de Don Bluth.
En el proceso de expandirse y conseguir la distribución global, Ghibli también nos dejó grandes historias como “La Tumba de las Luciérnagas” (Hotaru no haka, 1988) -debut de Takahata dentro del estudio- que nos cuenta las peripecias de Seita y Satsuko, dos hermanitos nipones luchando por sobrevivir en medio del caos de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Considerada como una de las mejores películas antibélicas (y animadas) de todos los tiempos, incluso más directa y mordaz que las metafóricas obras de su colega, como “El Increíble Castillo Vagabundo” (Hauru no ugoku shiro, 2004) o “Se Levanta el Viento” (Kaze tachinu, 2013).
Ghibli también le abrió sus puertas a otros realizadores como Yoshifumi Kondō (“Susurros del Corazón”), Hiroyuki Morita (“The Cat Returns”), Gorō Miyazaki (“Tales from Earthsea”) y Hiromasa Yonebayashi (“Arrietty y el Mundo de los Diminutos”), aunque su nombre y estampa siempre estarán intrínsecamente conectados con el de Miyazaki que, de tanto en tanto, amenaza con retirarse y dejar ese lugar tan difícil de llenar. Cosa que, por ejemplo, sucedió en 2014 cuando el estudio frenó su producción, pero pronto volvió a la normalidad y hasta anunció un nuevo largometraje del director titulado “How Do You Live?” (Kimitachi wa dô ikiru ka), con fecha de estreno indeterminada.
A lo largo de estos 35 años de historia, Studio Ghibli consiguió ubicar seis de sus producciones en el top ten de las películas animadas más vistas de Japón. Acumuló una infinidad de premios locales e internacionales, incluyendo cinco nominaciones al Oscar, galardón que consiguió con “El Viaje de Chihiro” (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001) en 2003. Bien fiel a sus creencias pacifistas, Miyazaki declinó amablemente la invitación a la ceremonia en protesta por la participación de los Estados Unidos en la guerra de Irak, pero se guardó sus opiniones hasta casi el final de la década cuando decidió asistir a la San Diego Comic Con en 2009, en compañía de su amigo John Lasseter (discusión para otro día).
Sin ir muy lejos, Pixar/Disney y sus realizadores jugaron un papel fundamental en la distribución estadounidense de las películas de Ghibli, trabajando codo a codo en el doblaje en inglés. Por eso no podemos acusar a Peter Docter -director de los diálogos de “El Increíble Castillo Vagabundo”- por querer homenajear al maestro japonés a lo largo y ancho de su obra, especialmente en “Up – Una Aventura de Altura” (Up, 2009) y su casita voladora.
Películas que trascendieron la distancia, el tiempo, el lenguaje y la cultura, justamente, porque sus mensajes son hermosamente universales.
“Recuerdos del Ayer” (Omohide poro poro, 1991), “La Princesa Mononoke” (Mononoke-hime, 1997), “Mis Vecinos los Yamada” (Hôhokekyo tonari no Yamada-kun, 1999), “Ponyo y el Secreto de la Sirenita” (Gake no ue no Ponyo, 2008), “El Cuento de la Princesa Kaguya” (Kaguyahime no monogatari, 2013), películas que trascendieron la distancia, el tiempo, el lenguaje y la cultura, justamente, porque sus mensajes son hermosamente universales. La dedicación de sus realizadores, la belleza de sus imágenes, la contundencia de sus temas hicieron que Studio Ghibli se destacara y se siga destacando de la mano de ese “nuevo viento” que sopla imaginación y originalidad desde 1985.